El francés vuelve a fallar un penalti en la merecida derrota del Madrid en Bilbao. Un error de Valverde precipitó la caída blanca.
Lo de Mbappé empieza a ser una película de terror. Después de pasar un hora atormentado en San Mamés, sin un desborde que ofrecer, oscurecido en un equipo de por sí oscuro, el partido le dio, como en Liverpool, una oportunidad de redención y volvió a marchársele. Un penalti imprudente cometido por Agirrezabala lo lanzó mal, flojo, sin convicción, arrugado por el ambiente y por su falta de confianza. Sin embargo, el pésimo momento del francés no puede ocultar que detrás hubo un Madrid irreconocible, que empató inmerecidamente y acabó luego entregándole el partido por descuido a un Athletic notablemente mejor.
Este clásico tuvo también un comienzo clásico: el Athletic, exigido por la grada, con una salida a todo trapo, y el Madrid, peligrosamente a la espera de que amainase aquella acometida. El equipo de Valverde presenta una presión altísima en casa para piratear pronto la pelota y acortar los trámites hacia la meta rival. Ritmo alto y ninguna tregua. Y como San Mamés invita a abrigarse, más esta temporada, más si se le suma el efecto Williams al cuadrado, por ahí empezó Ancelotti, con Valverde vencido a la derecha para echarle una mano, o las dos, a Lucas Vázquez, que al fin y al cabo es un extremo afeitado frente a una galerna rojiblanca. Eso dejó un Madrid con cuatro centrocampistas puros, Tchouameni incluido, pese a salir de una lesión. Quizá algún día el mundo vea al francés con los ojos optimistas y complacientes con que le mira Ancelotti.
Cuestión de intensidad
Valverde también le dio vueltas al once al tirar de los dos laterales suplentes y colocar a Berenguer como punta en lugar de Guruzeta, un blanco móvil para brujulear entre Rüdiger y Asencio por delante de la línea estrella del equipo: los Williams más Sancet, dos extremos cantábricos y un mediapunta con un extraordinario ojo clínico para el remate. Con ese plan se apoderó del partido a base de energía, garra y vértigo (11 faltas a dos antes del descanso, por ponerle números a las sensaciones) hasta que llegó el primer lío en la única salida del Madrid. Rodrygo zigzagueó en el área, inició un quiebro y cayó ante Gorosabel, que empezó el lance como inocente al clavar el pie en el suelo y lo terminó entre sospechoso y culpable al alargar su gemelo para impedir el progreso del brasileño. Eso le pareció a Figueroa Vázquez en el VAR y por eso llamó a Sánchez Martínez, que en el monitor quiso ver lo mismo que en el campo: nada. Jugada gris casi blanca que se volvió rojiblanca. El lance, por cierto, acabó en gol anulado a Mbappé por fuera de juego, ese limbo en el que el francés pasa demasiado tiempo.
A la propuesta emocional y emocionante del Athletic, muy volcado a sus extremos, auxiliados por Gorosabel y Boiro, el Madrid ofreció una propuesta muy poco ambiciosa. Era una de esas noches en que se conformaba con reagruparse en un bloque bajo y sentarse a esperar que el Athletic le diera una oportunidad al espacio. Lo mejor eran su zaga, con mayoría de la cantera, el SAMUR del fútbol en tiempos de crisis, y Bellingham en un inapropiado papel de gregario para probar que también los ángeles comen judías. Ese, para Valverde, es el plato del día.
El gasto del Athletic no tenía, en cualquier caso, correspondencia con su presencia en el área. La primera mitad solo le ofreció una ocasión clara, en un taconazo de arte mayor de Iñaki Williams que dejó a Berenguer frente a Courtois. Le faltó el olfato del nueve y mandó a la grada un remate franco y sencillo. Para entonces cambiaban sus bandas los Williams, que habían hecho menos daño del que se suponía en sus puestos naturales. De Mbappé, por cierto, no se tenían noticias: pegado a la izquierda, le llegaba poco y no le salía nada.
Empate, gol, despiste y derrota
El regreso del vestuario fue aún peor para el Madrid: la misma pachorra, la misma falta de profundidad y velocidad y, además, un gol en contra. Llegó en un centro de rosca a media altura de Iñaki Williams, uno de esos envíos con guasa que si nadie toca enredan al portero. Este lo consiguió. Sancet despistó, Courtois rechazó y Berenguer, en boca de gol, empujó la pelota a la red. Un tanto que no fue una sorpresa, sino una puesta al día del partido. El Athletic empujaba y el Madrid solo existía como frontón.
Tan corto como el equipo se quedaba Ancelotti. Donde se pedía una revolución reaccionó con un cambio menor, Brahim por Ceballos, que parecía mejor baza para la remontada que Tchouameni, evaporado por enésima vez. Y de pronto, Aguirrezabala le echó un cable. Rodrygo mandó un centro al punto de penalti y Rüdiger cabeceó al larguero mientras el meta del Athletic metía sus puños en la coronilla del alemán. Un Mbappé encogidísimo tiró mal el penalti y Agirrezabala se lo sacó. Otro empujón al trastorno de ansiedad que sufre el francés, aunque resultaría un reduccionismo equivocado cargar sobre él todos los pecados capitales del equipo.
Todo parecía perdido, pero fue un remate suyo el que puso la primera piedra del empate. Chutó fuerte desde fuera del área, rechazó Agirrezabala y allí apareció el Bellingham casi nueve de hace un año para firmar una igualada que no duró nada, porque hasta Valverde, contagiado de la empanada general, le regaló un balón a Guruzeta que este convirtió en el segundo del Athletic. Luego llegó una acometida moderada insuficiente, repleta de cambios de Ancelotti a la desesperada, y finalmente, la nueva derrota del Madrid ante un grande. Se aleja el Barça y se aleja la esperanza.
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