Correa, en el descuento, iguala el gol de Militao en un derbi que tuvo que ser interrumpido durante veinte minutos por el lanzamiento de objetos a Courtois.
Fue un buen y un mal día para el fútbol. Correa equilibró en el descuento un gol anterior de Militao que fue respondido por el fondo ultra del Metropolitano con un bombardeo de mecheros contra Courtois. Sucedió en un partido en el que hasta entonces no había habido una mala patada, ni un mal gesto, sino detalles de buena educación entre los futbolistas. Era un gran día para el derbi y acabó siendo una noche negra para la Liga. Busquets paró el partido y mandó a los jugadores al vestuario mientras los jugadores del Atlético pedían paz a quien solo quería guerra. Veinte minutos de parón tras los que empató un Atlético insistente. Y la jornada acabó como empezó. Bueno para el Barça, horrible para la competición.
Sucede a menudo que partidos exageradamente emocionales acaban embotellados en la pizarra. Pasó en el inicio del derbi. Simeone montó un once fuera de pronósticos. Por primera vez en la temporada juntó de salida a Griezmann, Sorloth y Julián Álvarez, algo así como vaciar el cargador en la primera escaramuza, a costa de perder un central y de componer un centro del campo rockero, que diría Ancelotti, que se llevó por delante a Koke. La cosa pintaba más atrevida de lo que en realidad fue: una defensa de cuatro, con De Paul y Julián Álvarez abiertos a las bandas por delante, Llorente y Gallagher en los fogones, Griezmann de mediapunta y Sorloth de nueve clásico. Mucha fibra y no tanta pólvora.
El Madrid, gato escaldado, opuso un once prudente, académico en cierto modo, con tres centrocampistas y medio para reequilibrar un equipo que con Mbappé es una armería, pero que en demasiadas ocasiones ha replegado tarde y mal. En cierto modo fue una alineación preventiva en un estadio en el que su equipo ha ofrecido un alto índice de siniestralidad con ese doble papel de Bellingham: reclinado a la izquierda sin la pelota, agente libre con ella.
Julián Álvarez y Valverde
Hasta aquí lo que pensaron los entrenadores para anular al adversario, pero luego están los futbolistas. Los mejores, casi siempre fuera de guion. Julián Álvarez fue el primero en saltárselo, dejando atrás a Carvajal y Rüdiger y probando por el palo de Courtois, que no picó. El segundo en pasar sobre la pizarra fue Valverde, con un zapatazo de su estilo al que Oblak le puso la estampa de portero clásico con su estirada. El segundo intento, más inverosímil por lejano, voló hacia el fondo del estadio dejando el siseo de un misil.
Dos chispazos en un clima de extrema vigilancia mutua, de tensa igualdad, de pocas progresiones, de reparto de la pelota. También hay partidos estupendos sin apenas ocasiones y falta de actividad en las áreas. Este lo era. También desde el punto de vista ambiental. La grada pitaba civilizadamente a Vinicius sin pasar de ahí y este aceptó sin rechistar las primeras decisiones de Busquets en que se vio involucrado. En el libro de honor de una primera parte tan cerrada debieron figurar Julián Álvarez, el más emprendedor de todos los delanteros de ambos bandos, Llorente y Valverde, futbolistas pulmonares, y Bellingham, un respiradero para el Madrid, en auxilio de todos, a la cabeza de todos. Cerca del descanso tuvo su oportunidad al borde del área, pero telegrafió su disparo colocado, que murió en las manos de Oblak.
Ese tipo de partidos apenas le daba oportunidades a Sorloth, torturado por los dos centrales del Madrid, y a Rodrygo, un futbolista de mucha escuela, pero que a veces no está disponible. Eso le separa de Vinicius, que siempre está, antes muerto que sencillo. El plan del Atlético, lleno de ayudas, aminoró también mucho su peligro.
La vergüenza final
En la segunda mitad, Simeone quiso poner fin al enroque. No solo con la entrada de Koke, que mandó a Llorente al lateral, sino también con una actitud más agresiva coral: muerde el equipo, ruge la grada. El Madrid pareció aturdido ante aquella acometida, pero, en contra de la corriente del partido, disfrutó de dos buenas oportunidades de Rodrygo, especialmente la primera, producto de una jugada de ensayo a la salida de un córner. Se le marchó alto uno de los pocos remates sin oposición del choque.
Una segunda vuelta de tuerca de Simeone (tres centrales, Lino a la izquierda, Julián Álvarez en punta) acentuó el dominio atlético, en el que colaboraban las imprecisiones blancas en la salida de la pelota, defecto recurrente, pero del que se había protegido bien al principio. Sin embargo, lo que no le daba el juego al Madrid se lo dio la pizarra. Valverde amenazó con un zapatazo en un golpe franco, pero fue Modric el que abrió a Vinicius, menos vigilado que de costumbre, y su centro lo empalmó Militao, tras control, en el segundo palo. Un gol limpio en un partido limpio que reventó el Frente Atlético acribillando de objetos a Courtois, que lo había celebrado mirando a la grada. Busquets paró el partido y mandó a los futbolistas al vestuario. Simeone y los jugadores del Atlético procuraron ‘negociar’ con los ultras, algunos enmascarados, para evitar el bochorno al resto del estadio y un castigo al club. El paréntesis duró veinte minutos, enfrió al Atlético y calentó el partido.
Simeone buscó entonces el alboroto con Correa, Riquelme y Javi Galán. El Atlético buscaba la remontada sin sus tres fichajes estrella (Julián Álvarez, Sorloth y Gallagher) con corazón y dos buenos disparos, de Lino y Griezmann. La cosa resultó. Un recién llegado, Correa, recibió un pase de otro, Javi Galán, que no había jugado hasta ahora, y trastabillado mandó la pelota a la red ante un Courtois tocado. Un empate merecido que acabó con un mal gesto de Llorente que le costó la roja por una entrada brutal a Fran García y otro de los jugadores rojiblancos, que insólitamente fueron a celebrar la igualada con el fondo culpable. El resto del público se lo reprochó. La primera hora de derbi merecía otro final.
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