Argentina se coronó campeón del mundo, por tercera vez en la historia, tras igualar con Francia 3-3 y luego vencer en los penales 4-2, en una final cargada de tranquilidad al principio y sufrimiento al final. De la perfección y el absoluto dominio hasta los 80 minutos se pasó al dramatismo de los últimos diez con el empate francés en sus dos únicas situaciones netas.
Tampoco faltó el padecimiento en los 30 minutos, saltando del tercer gol argentino a la nueva igualdad de Francia. Y en los penales, Emiliano Dibu Martinez volvió a aportar tranquilidad atajando uno -otro fue desviado- y los ejecutantes no fallaron, cerrando la serie anticipadamente.
Las dudas sobre la formación -Di María o línea de cinco defensores- quedaron despejadas poco antes del comienzo del partido. Y la decisión de incluir al actual jugador de Juventus de Italia resultó un enorme acierto. Porque Fideo jugó un partidazo, la rompió y fue desequilibrante y determinante.
Cada avance de Di María generaba peligro, y fue vital en los dos primeros goles argentinos. Fue la víctima del penal que Lionel Messi convirtió a los 22 minutos y él mismo le puso el toque final a una extraordinaria jugada al golazo de los 35 minutos.
En un serie de toques rápidos, precisos, certeros y de primera -un auténtico tiki tiki productivo- que nacieron desde el fondo con Nahuel Molina, continuando con Alexis Mac Allister y Lionel Messi, siguiendo con el pase perfecto de Julián Álvarez a Mac Allister, quien prolongó para asistir a Ángel Di María y desatar el festejo con los clásicos dedos formando el corazón. Y emocionándose él mismo y también a los miles de hinchas argentinos presentes en el estadio Luisail y a los millones que lo siguieron por TV.
No era sólo Di María y el 2 a 0. Argentina era mucho, muchísimo, más. Jugando un partido perfecto, con un enorme funcionamiento colectivo y altos rendimientos individuales -Cuti Romero, Alexis Mac Allister, Rodrigo De Paul, Lionel Messi- y anulando completamente a Francia. Argentina era brillante. Tan desconcertado y apabullado estaba el equipo europeo, que el técnico reemplazó a dos de sus figuras (en partidos anteriores) antes de terminar el primer tiempo.
Si se pensaba que iba a hacer un partido difícil, la realidad lo desmentía. Y así fue hasta el minuto 80. Pero el fútbol suele ofrecer sorpresas e hechos inesperados. En Qatar volvió a suceder…
Francia no había elaborado chances netas de gol, hasta que apareció Kylian Mbappé, ratificado que es un tremendo crack. Poco y nada había impactado hasta entonces. En el minuto 35 del segundo tiempo, Nicolás Otamendi le cometió una falta a Kolo Muani y Mbappé convirtió el penal; Dibu Martínez alcanzó a rozar la pelota pero no pudo evitar el gol.
Unos minutos antes había salido reemplazado Di María (entró Marcos Acuña), en el único error que se le puede adjudicar a Lionel Scaloni esta tarde. Y con el descuento, Francia se envalentonó y tuvo su momento favorable. Kylian Mbappé volvió a ejercer su rol de goleador, a los 42 minutos, cerrando con un latigazo de derecha una gran acción colectiva.
Nadie lo esperaba, ni lo imaginaba unos pocos minutos antes. Seguramente ni los propios franceses. Pero el fútbol tiene estas cosas.
Los 30 minutos de alargue, con adrelina a miles y físicos cansados, aportaron dos goles mas. Se adelantó, otra vez, Argentina con un disparo del ingresado Lautaro Martínez que tapó Hugo LLoris y el rebote que le quedó a Lionel Messi para empujarlo al gol, a los 8 minutos.
Tenía que sufrir un poco más Argentina para lograr el objetivo. Mbappé completó su hat-trick, a tres minutos del final del suplementario. Otra vez de penal, esta vez consecuencia de un desvío en el brazo de Gonzalo Montiel.
Y cuando se jugaba el tercero de los ocho minutos de descuento, una tremenda tapada de Dibu Martínez ante un cercano y fuerte zurdazo de Kolo Muani abortó lo que hubiese sido una injusticia total.
Así el título de número 1 del mundo tuvo que decidirse por penales. Empezó Mbappé y, como suele suceder, no falló. Pateó Messi y gol. Dibu Martínez se lució tapando el remate de Aurelien Tchouameni y ahí elevó a los cielos la confianza y la estima celeste y blanca.
Fue Leandro Paredes y anotó; siguió Kingsley Coman y su tiro se fue afuera. Siguió Paulo Dybala y ratificó la eficacia argentina; Randal Kolo Muaini también convirtió. Gonzalo Montiel tuvo la oportunidad de definir, sin necesidad de llegar a los cinco tiros, la tanda y con su conversión selló un inalcanzable 4-2.
Ahí se destapó la gran fiesta. La que merecía tanto Lionel Messi, la única frutilla que le faltaba al exquisito postre de su monumental carrera deportiva. La que merecía esta Selección que fue un grupo sólido y monolítico dentro y fuera de la cancha. La que merecía el sufrido y fiel pueblo argentino.
Este equipo, o plantel mejor dicho, está a prueba de balas… y de cañonazos; podrán hacerlo tambalear pero caer jamás. La personalidad, la actitud y la convicción son innegociables.
Como en Argentina 1978 y México 1986, ¡Argentina campeón del mundo! Hoy volvemos a ser el país más feliz del mundo.