El inmortal Madrid

Dos goles de Benzema a los postres le dan la tercera victoria consecutiva. El Espanyol peleó hasta la extenuación, pero cayó víctima de la fiabilidad del equipo de Ancelotti.

Sin saber qué le traerían y qué perdería, muy a principio de verano, Diego Martínez solo hizo una promesa: competir. Lo hizo excelentemente ante el Madrid, al que no le sobra demasiado, pero cuya fiabilidad es extrema. Ha perdido ya la cuenta de las vidas que gastó y seguro que aún le quedan otras tantas. En un partido macho le dio la tercera victoria consecutiva Benzema, eterno ángel de la guarda. No le hizo falta ni jugar en modo Balón de Oro para decidir. Eso es el francés y eso es este Madrid líder. El convencimiento de que pase lo que pase se ríe de las balas.

Ancelotti es entrenador de alta fidelidad. En su Madrid tienen prioridad de paso los que le hicieron ganar. Y los de ahora le han hecho ganar todo. Así que no encuentra el momento de cambiar salvo lesión o fatiga extrema que lo justifique. En Cornellà solo tocó los laterales, territorios en los que los suplentes están más cerca de los titulares. Con Lucas Vázquez gana arriba lo que pierde abajo. Rüdiger trae ley y orden y se alarga el equipo por la izquierda al desplazar ahí a Alaba, con mejor pie que Mendy. Y el resto, los de siempre donde siempre hasta que el calendario apriete. A Modric le dio medio respiro en Almería y casi lo paga. Con Kroos se siente seguro. Valverde es una vitamina que el equipo no puede dejar de tomar. Benzema y Vinicius están fuera de concurso. Y Tchouameni, que anda en prácticas, es lo que hay, que diría Koeman. Y lo que hay empieza a tener buena cara.

El Espanyol planeó una noche sin la pelota. De ahí la alineación de Rubén Sánchez en la derecha, centinela extra de Vinicius, preocupación de tantos. El resto quiso ser organización y fiereza, con Joselu, el ejército del aire del campeonato, para ganar disputas, que es lo suyo, y dar oportunidades al resto en segundas jugadas. Un 4-1-4-1 muy restrictivo en los espacios.

Siempre Benzema

Al Madrid, que había tenido el partido en un puño, le costó volver a empezar, fundamentalmente porque el Espanyol fue otro, más intenso, más ambicioso, menos apocado. Para empezar, cerró mejor el boquete de Vinicius. Y para continuar le perdió el miedo al Madrid. Especialmente Rubén Sánchez, al que se le adivina un gran futuro. El duelo tenía ya dos direcciones.

Ancelotti cambió entonces química por física. Retiró a Modric y metió a Camavinga para igualar el músculo del Espanyol, envalentonado, dispuesto a jugárselo todo al cara o cruz. La cara estuvo a punto de sonreírle a Joselu, cuyo remate a quemarropa y a cuatro metros de Courtois lo rechazó el belga milagrosamente.

El partido se descosió con estrépito. Lecomte le quitó un gol a Benzema y la buena vista de un asistente, que le cazó en fuera de juego, otro. Cerca del final pidió un penalti a Vinicius de esos que puede que sí y puede que no. Aquello duró lo que el Espanyol tardó en autoconvencerse de que el empate era un bien mayor y no un mal menor.

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