Lo siempre visto

El Madrid sobrevive al 0-2 del descanso marcando cinco goles en 33 minutos. Triplete de un Vinicius desatado. Rüdiger y Lucas Vázquez completaron el festival de la segunda mitad.

El Madrid no es asunto materia científica, sino cuestión de fe. Le metió cinco goles en 33 minutos al Borussia Dortmund, subcampeón de Europa, en un partido que perdía 0-2 a falta de media hora. No por repetidas las remontadas dejan de sorprender en este estadio, que se ha tragado ya a los más grandes siempre al borde del más difícil todavía. Hasta ahora Courtois y el plutonio enriquecido de Mbappé y Vinicius habían suturado su mal juego. Faltaba por llegar una tormenta europea y lo hizo tras un primer tiempo de desatenciones defensivas y atasco ofensivo. Luego apareció Vinicius y se llevó por delante al Borussia. No hay maremoto igual en el fútbol mundial.

Dos meses después del inicio de la competición, Ancelotti sigue en el bucle prueba-error. Esta vez cambió las piernas por los pies. Física por química. Camavinga y Tchouameni empezaron en el banquillo purgando pecados opuestos: peligrosamente optimista el primero en un puesto que no admite errores, desesperadamente intrascendente el segundo. Con Tchouameni ha exagerado el técnico la terapia de la insistencia sin resultados apreciables. A vista de pájaro no ha estado a la altura del Madrid, pero Ancelotti y Deschamps, con una mirada más cercana, le creen pieza imprescindible. Sin los franceses quedó un Madrid más abierto, con Valverde de pivote, con Modric, lo más parecido a Kroos de lo que queda, y Bellingham por delante y Rodrygo y Vinicius a babor y estribor. Una especie de 4-1-4-1 sin la pelota que derivaba al 4-3-3 con ella. En definitiva, un Madrid más del Ancelotti que conocimos y conocemos y una mejor puesta en escena inicial, pero que tampoco resultó de salida.

Y eso que se primer Madrid fue lo que espera el Bernabéu: un centro del campo envolvente, mandón y una solidaridad que se había visto con cuentagotas esta temporada. Por fin una sensación de equipo donde hasta ahora había habido más jugadores que juego, aunque el dominio resultaba demasiado académico, carente de alboroto, con poca presencia en el área del Borussia. Una larga serie de posesiones amarillas, combinada con la falta de actividad de Vinicius, un jugador que no entiende de dinámicas de equipo porque tiene la suya propia, enfriaron al equipo y al público. Sí quedaron registradas dos buenas arrancadas de Mbappé sin final feliz.

Jarros de agua fría

Ese descenso de temperatura acabó en congelación por desorden general y una caída de tensión defensiva evidente. Un Borussia inofensivo hasta ese momento tomó ventaja con una genialidad de Guirassy. Contratado para marcar, dejó una asistencia excepcional. Protegió con el cuerpo el balón en el punto de penalti hasta que apareció Malen y se la puso entre Rüdiger y Mendy para que el holandés fusilara a Courtois. El belga no puede estar a todo. Y tres minutos después, un segundo mazazo, este menos explicable. Malen deshizo a Mendy con un regate simple y le devolvió el favor a Guirassy, al que no siguieron ni Militao ni Lucas. La defensa del Madrid se había vuelto, repentinamente, invisible y el equipo se había arrojado al vacío. Se lo recordó la afición con una pitada breve, pero atronadora.

De pronto, un partido cerrado se había desbocado. El Madrid tuvo entonces quince segundos de furia en los que topó dos veces con el larguero, en remates de Rodrygo y Bellingham, y otra con Kobel, que sacó un balón con veneno que le llegó en un rebote defensivo. Pero el Borussia ya era un equipo contestón y Brandt, que manejó estupendamente a los suyos en el frente ofensivo, mandó un trallazo lejano que esta vez sí encontró el guante de Courtois.

El huracán

La segunda pitada del Bernabéu, a vuelta del descanso, obligaba al Madrid a huracanarse. Es costumbre en la casa. La cosa tuvo un comienzo clásico: Sahin quitó a un extremo (Gittens) y metió un central (Anton), fórmula suicida tantas veces repetida. Y entonces apareció ese Madrid emocional que paraliza a sus presas. Antes del 1-2, había metido al Borussia en su área: dos remates de Vinicius, uno de Lucas, otro de Rodrygo. Y tras el bombardeo, dos goles relámpago. El primero, preparado por Mbappé, que ganó un metro en el área y metió un centro templado que Rüdiger remató donde debía estar el francés, el mismo sitio en el que acabó el partido de Lille en plena desesperación. Y dos minutos después, con el área teñida de blanco, Vinicius se encontró un rechace y marcó a puerta vacía.

El brasileño, que en Champions tiene la misma sal, pero menos vinagre que en la Liga, dirigió la tormenta. Quiso ayudar Ancelotti metiendo más pulmones con Camavinga a cambio de Modric mientras Sahin cambiaba de planes cada cinco minutos. Volvió a la defensa de cuatro, metió un extremo (Beier) en busca de oxígeno. Ya no había donde esconderse.

Lo que quedaba también fue un clásico. Courtois hizo un milagro al salvar con los pies el 2-3 de Beier y de inmediato Lucas Vázquez cambió de área para meter un zapatazo por el palo de Kobel y culminar la remontada. Luego llegó la parte final del festival Vinicius, con dos goles más, ambos antológicos, de Balón de Oro, para adornar una victoria que no oculta los defectos iniciales, pero que prueba que ni el Madrid ni el Bernabéu han perdido reflejos. Vale para los que quedan por pasar por allí, empezando por el Barça.

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