El Atlético cae con estrépito en el Villamarín por un autogol de Giménez. El Betis, en la primera parte, pudo golear, con baño incluido. Hubo cuatro palos, dos por equipo.
A lo largo de la vida uno pierde amigos y personas, uno pierde cosas. Las llaves, papeles, la ropa, las formas y hasta la memoria. Lo que el Atleti del Cholo ha perdido es la identidad. Tan marcada otrora, ya no tiene ni coraje ni rabia ni alma. Resulta un guiñapo como una fotocopia mala de sí mismo. La vida le pasa por encima. El fútbol, aún más. En el Villamarín solo hubo un equipo que corrió y se mostró intenso y ese fue el de Pellegrini, el Betis. Lo llamativo es que solo ganó por un gol y de Giménez, en propia, lo que desde la pizarra fue un repaso.
Ni tres minutos llevaba sobre el césped del Villamarín y Giménez ya había caído sobre su área, los brazos en cruz, queriéndose arrancar la bota izquierda. Esa misma con la que, al intentar despejar, había batido a su propio portero, Oblak. Un toque leve de Witsel a un centro de Abde había convertido ese balón, justo antes, en una bomba que a Simeone le explotó nada más comenzar el partido. El Betis solo tuvo que salir con intensidad para ponerle todos los nervios de punta a este Atleti al borde de un ataque. Nada le sale y, lo peor, es que ya no parece accidente. Es el partido a partido.
Orden y presión alta. Con esa receta tan simple Pellegrini devoró a Simeone. El Atlético fue un catálogo de imprecisiones y grietas. Había querido Simeone, sin centrales sanos apenas y con Kostis y Spina de refuerzo en el banquillo, abrigarse con un 4-4-2. Pero su defensa fue un despropósito desde la primera jugada, cuando Reinildo saludó al partido entregándole un balón al rival. Barra libre, esa sería la tónica particular y general. Si hubo quién pensó que encajar tan pronto obligaría al Atleti a jugar, nada más lejos. A los jugadores del Cholo, y al propio Cholo, parece habérseles olvidado qué significa la palabra competir. O pelear. O sufrir. O centrarse. Todas esas palabras que hace no tanto les contaban. Llega tan tarde a todo que ni faltas comete, incapaz de ganar un balón dividido. El Betis hacía y deshacía a su antojo. Solo tenía que correr Abde, que se comía a un Nahuel cuya única defensa era echarse cada vez más atrás. De Paul no ayudaba, Witsel no podía y, desde el banquillo, tampoco había movimientos para corregir lo que hacia Oblak era un butrón. Si Pellegrini canibalizaba el partido desde la izquierda, los rojiblancos eran como un papelillo a merced de un huracán.
Que al descanso el Betis no fuese 4-0 solo puede llamarse milagro. Robaba fácil y corría, verticalísimo en cada pelota. Pero, al plantarse ante Oblak, erraba. Ya Abde, ya el Chimy Ávila, ya Vitor Roque. Los tres lo intentaron varias veces pero sus mano a mano terminaron o fuera, o en el lateral de la red, o la base del palo o el larguero, ninguno en la red. El Atleti replicaba deambulando con los ojos llenos de jabón y un rosario en los dedos, por eso del rezar. Jugar ya era otra cosa. Ahí no había nadie, solo sombras. Y hace varios partidos ya. Sus llegadas eran escasas y, casi, como por casualidad. Cuando Gil Manzano pitó el descanso, la mejor noticia para el Cholo era no llevar a la espalda todos los goles que el Betis había merecido. Hubieran sido unos cuantos. Nada más regresar el partido, a Sorloth se le levantaba el castigo del Lille y estaba en la hierba. También Galán. El Atleti mejoró con los cambios. Por lo menos pareció un equipo de fútbol.
Pero el partido siguió similar. Porque Fornals y Cardoso, enorme, ganaban todos los duelos en el centro del campo ante ese formado por De Paul y Koke que ni genera ni sostiene. Fornals estrellaba un balón en la madera justo antes de que el partido se detuviese unos minutos: en el rechace fue a rematar de cabeza y Galán pareció impactarle. Piii, juego peligroso y penalti. Pero el VAR llamó al oído a Gil Manzano y le llevó a la pantalla: el lateral le había dado primero al balón. Piii, penalti anulado.
El Betis tuvo un revival de la primera parte, volcado hacia Oblak sin lograr el gol, mientras el Cholo le metía energía a su equipo con la entrada de Correa y Giuliano, que acabaron por arrancarle todo el jabón de los ojos. Al menos corren. Pero por dos veces el primero se estrelló con el palo mientras el partido, roto, iba de portería a portería. Si en una, la de Oblak, Vitor Roque marcaba pero no, porque lo hacía en fuera de juego, en la otra, la de Rui Silva, el Atleti era incapaz. Ni con toda la precipitación del mundo logró marcar para evitar la derrota. La primera de Simeone ante Pellegrini. La primera esta Liga. Y preocupante. El hundimiento es tendencia a pesar de los millones en verano. A la Liga ya le ha dicho adiós en octubre.
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