El Madrid se duerme en Palma

El equipo blanco, que tomó pronto ventaja con un gol de Rodrygo, pincha en su estreno liguero. Un cabezazo de Muriqi le da el empate a un batallador Mallorca.

Al Madrid le ha caído encima un aire de invencible que llena su burbuja de presión. Esta Liga solo puede perderla él es el mensaje que le llega de fuera. Y hay momentos en que desde dentro también lo compran. Eso le lleva a tomarse demasiados recesos en los partidos, a autoconvencerse de que será la inercia la que le conducirá la victoria. Así, en Mallorca se llevó un chasco inesperado tras ponerse por delante, dejarse ir, tragarse un cabezazo de Muriqi y estrellarse finalmente en una pared balear. El equipo de Arrasate tuvo casi siempre la mano, se jugó a lo que propuso y acabó ganándose un punto empapado en sudor.

Mallorca lleva tiempo pareciéndole al Madrid terreno minado. Esa aspereza resumida en Maffeo y Raíllo atrás y en Muriqi delante le ha llevado frecuentemente al partido que no le gusta jugar. En esos guisos recalentados se maneja mal el equipo de Ancelotti, al que la falta de espacios y el exceso de interrupciones le nublan la razón, especialmente a Vinicius, suspenso habitual en templanza. De ahí que Ancelotti repitiera el once de Varsovia, el que probablemente utilizará en los partidos de la verdad.

A ese carácter aguerrido del Mallorca hay que sumarle el plus de Arrasate, cuyos equipos van al grano, que se siembra en campo contrario, y hasta allí se van a presionar los puntas, los volantes y hasta los mediocentros. Quien vive cerca de su área acaba mal, piensa con acierto.

Rodrygo madruga

Así que todo sucedió, de inicio, según lo previsto: coro de abucheos para Vinicius y acometida inicial balear, con una media vuelta fuera de Dani Rodríguez y un zapatazo de Samu Costa que rechazó Courtois. Fue una ilusión. Pasados los primeros cinco minutos el partido fue del Madrid. Y el primer gol, también. Todo sucedió en espacios reducidos, donde se presume menos efectivo el equipo de Ancelotti. En el termitero bermellón se metió Mbappé, le relevó Vincius, que con una pisada le abrió una puerta a Rodrygo y este, tras media docena de pasos, encontró el hueco con un remate curvo y colocadísimo. Una sutileza. Una maravilla. Un alivio para el eslabón más débil del lujosísisimo once del Madrid, esta vez su mejor atacante. Donde desapareció el espacio, apareció el ingenio.

El equipo blanco es cazador de acecho. Sabe esperar. A veces más de lo que desearían sus aficionados, y ahí están la final de Champions y la de la Supercopa, pero cree que acabará cobrándose a la pieza, que caerá rendida por cansancio, por descuido o por su peso. Así que lo que vino a continuación no fue una embestida, sino una suerte de fútbol control con llegadas esporádicas de cierto peligro: un tiro lejano con picante de Rüdiger y un remate de Mbappé al lateral de la red tras correría de Vinicius. Ese exceso de autoestima le costaría caro después.

El gol del francés en Varsovia y algunos detalles en la segunda mitad rompieron el empate técnico entre entusiastas y agoreros, entre comprensivos y rencorosos. Con más entrenamientos, resultó más participativo que en la Supercopa, pero el verdadero remolcador del equipo aún es Vinicius, emprendedor incansable. El problema es que se tomó el partido como un ajuste de cuentas con Maffeo, otro de mecha corta. El pique, en demasiadas ocasiones, le nubló la claridad.

La cabeza de Muriqi

El Mallorca respondió bien, en cualquier caso. En el balón parado, donde el fútbol iguala a casi todos; en alguna buena descarga de Muriqi; en ciertas aventuras inacabadas del japonés Asano en la banda derecha y, a veces, en la banda izquierda (en una de ellas Courtois hubo de rectificar su mal despeje con otro de sus milagros ante Muriqi). En realidad había más equilibrio en el juego que en las oportunidades, especialmente en el final del primer tiempo, cuando el Mallorca comenzó a jugar a la bayoneta calada, con recuperaciones rápidas y envíos al área con cierto peligro buscando a Muriqi. Acabó por encontrarla en el primer córner de la segunda mitad. Lo lanzó Dani Rodríguez y lo remató brutalmente a la antigua usanza el delantero kosovar por detrás de Rüdiger, que calculó mal. Al Madrid se le había ido la mano con el fútbol control y comenzaba a partirse, uno de esos pecados recurrentes en tiempos de la BBC y que empiezan a apreciarse en la BMV.

Porque el gol no fue lo peor, sino lo que llegó a continuación: un Mallorca creyente y crecido, con una lluvia artificial de envíos al área, todos en los alrededores de Muriqi. Al Madrid le costó regresar al partido y lo hizo desde la iniciativa de Mbappé. Greif le salvó dos goles. El segundo, incluso, tuvo un capítulo final con el rechace del meta. Mojica le quitó el tanto a Rodrygo casi sobre la línea.

Para entonces, con Modric en el campo, el equipo de Ancelotti había enjaulado al Mallorca en su área, pero ya habían desaparecido los espacios y se había agigantado la defensa amurallada del equipo de Arrasate. Ancelotti lo intentó con tres cambios casi a tiempo cumplido: Lucas Vázquez, Güler y Brahim. Una maniobra tardía e insuficiente de un equipo que añadió a su desdicha la roja merecidísima a Mendy y que deberá evitar en el futuro mirarse demasiado al ombligo.

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