De cabeza a semifinales

Un testarazo de Merino en el 119′ clasifica a una España que supo sufrir cuando Alemania forzó la prórroga con un tanto de Wirtz en el 89′.

Va por Quincoces, Zarra, Arconada, Quini, Camacho, Zubizarreta, Butragueño, Joaquín, Busquets… Por ellos y por todos aquellos que en su día buscaron ganar al anfitrión de un Mundial o una Eurocopa y no lo consiguieron. Prueba superada. España tumbó a Alemania en Stuttgart en un partido que se complicó sobremanera con un gol de Wirtz en el 89′ y se ganó con uno de Merino en el 119′. Infartos así se agradecen sea viernes o festivo. España está en semifinales. Francia o Portugal son las que ahora deben dar un paso adelante.

Un minuto da para mucho, incluso el primero de un partido. En un minuto puede surgir la primera ocasión de gol y el primer rifirrafe. Un pase al centro del área fue controlado por Morata, quien cedió a la frontal para que Pedri probara por primera vez a Neuer. Remate flojito, necesita mejorar, como decían a los estudiantes hace unos años. El roce lo protagonizaron Cucurella (quien recibió) y Sané (quien propinó), sin más saldo que el “jueguen” que ordenó el árbitro.

Un colegiado que pronto se iba a dejar notar, en el minuto 3 sin ir más lejos: falta clara de Kroos a Pedri que mereció la amarilla. Anthony Taylor decidió no sancionar. ¿Resultado de ese arbitraje británico mal entendido? Pues que en el minuto 7 Pedri tuvo que ser sustituido por lesión, incapaz de dar dos pasos sin cojear. Fue Olmo su relevo, un guiño envenenado al debate en el que transcurrieron las horas previas al cuarto de final. Taylor, mientras, tampoco castigaba un pisotón a Lamine, aunque sí otra entrada de Rüdiger a Olmo (13′) que, esta vez sí, llevó consigo la cartulina. El partido, dicho llanamente, venía de nalgas.

Alemania reacciona

El primer cuarto de hora apenas tuvo un respiro. España llegaba al área rival y lo hacía no solo con Lamine y Nico sino con la segunda línea, encabezada por Fabián y Olmo. Pero de repente, todo ese oleaje bajó. Kroos cambiaba de lado, de su querida izquierda a la derecha, para buscar balón mientras Alemania se volcaba por la banda de ese lateral ficticio llamado Kimmich. Era el momento de apretar los dientes, ya que el dueño de la pelota vestía de blanco. Lo hizo La Roja, que de nuevo tuvo un ataque de inspiración, aún sin fruto, antes de llegar al descanso con el 0-0 y la sensación de partido duro, cerebral, de ahorro de riesgos como si fuera una hipoteca.

Nagelsmann rebobinó y volvió a su once tipo con la entrada de Andrich y Wirtz por Can y Sané. Nacho, mientras, suplía a Le Normand, que tenía amarilla. Pero el truco de magia no le dio resultado a la Mannschaft, que fue víctima de su despiste crónico a la hora de defender la frontal del área. En el 51′, ataque central de La Roja en el que Morata abre a la derecha para que Lamine haga lo que pocos con 16 años saben hacer: controlar, templar y levantar la cabeza. Su pase atrás fue sutilmente rematado a la red por Olmo, que sumaba de ese modo su décimo gol con España.

Fue un gol pero mucho más que eso, porque el del Leipzig se echó al equipo sobre sus hombros, tocando cuando correspondía hacerlo, viendo huecos que nadie ve, forzando incluso la amarilla a Kroos cuando Alemania vivía de las urgencias (minuto 68). Y de Olmo se contagiaron todos, con Rodrigo y Fabián en la tarea de dormir el partido, Carvajal taponando un peligroso remate de Havertz, Unai despejando un disparo lejano de Andrich. De nuevo tocaba apretar los dientes ante una Alemania que jugaba como siempre lo hizo Alemania, recurriendo al balón al área y el remate del nueve, que en esos momentos era Füllkrug.

Pero Alemania no se rinde nunca y trató de aprovechar las oportunidades que ella creaba y las que le regalaba La Roja, una especialmente clara en la que Unai erró al sacar de puerta. Afortunadamente, Havertz, que recibió el balón, elevó demasiado su vaselina con el portero del Athletic vendido. Era el minuto 82, con la orilla a la vista, que no era otra cosa que las semifinales de Múnich. Pero la lástima es que la orilla se quedó allí, tan solo a la vista, porque Wirtz nos negó llegar a ella de un plumazo, un gol de esos que duelen como una otitis: en el minuto 89. Ese tanto era la llave de una prórroga en la que tocaba calibrar el estado anímico de la Selección, que se desplomó en el tramo final de los 90 minutos en gran parte por la decisión de De la Fuente de retirar a Lamine y Nico.

No se puede negar que España tiró de carácter en la prolongación, aunque las bandas ya no tenían colmillo y arriba parecía faltar lucidez. Entró Joselu, Alemania pagó el esfuerzo y La Roja buscó la grandeza subiendo líneas y buscando el 2-1. Y llegó. De nuevo con Olmo como protagonista, con un centro medido para que Merino cabeceara a gol. Un tanto que llevaba a España a la gloria y certificaba el adiós de Kroos al fútbol (¡Danke schön, Toni!). Por fin, la orilla estaba ahí. La tocábamos con las manos. Da igual si es contra Portugal o Francia. Nosotros ya hemos cumplido.

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