La Roja bate a Italia con un recital y accede como primera de grupo a octavos de final. Nico, Lamine y Cucurella, de lujo.
Fue como volver doce años atrás. Viajar de Gelsenkirchen a Kiev, de esta Eurocopa a la de 2012, de Jordi Alba, Silva o Iniesta a Cucurella, Lamine Yamal o Nico Williams. España volvió a ganar a Italia y si en esta ocasión el duelo se resolvió por 1-0 y no por 4-0 fue por capricho de los dioses. La Roja venció, convenció con un juego de dulce y se clasificó como primera de grupo para los octavos de final de la Eurocopa. Noches así invitan al optimismo.
Con los himnos, Italia ya ganaba 1-0. Qué manera de cantarlo, de gritarlo, de vivirlo en definitiva. Pero lo de Gelsenkirchen no era una competición de canto, que para eso ya está Eurovisión, sino de fútbol, del mejor fútbol, el capítulo número 41 de una rivalidad histórica en la que La Roja dominaba por 13-11 (16 empates). Bastó un minuto para comprobar a qué velocidad circula ese AVE llamado Nico Williams. En el primer balón que tocó no dudó en encarar a Di Lorenzo, quien descubrió de un plumazo la noche larga, larguísima que se avecinaba con el extremo del Athletic enfrente. Su pase medido fue cabeceado por Pedri para que Donnarumma brindara su primera gran intervención del partido. Al minuto siguiente, Nico protagonizó otro eslalon en el que superó a tres rivales, aunque finalmente la amenaza no tuvo premio. Pero sin duda esa era la mejor manera de entrar en un partido de tal calibre.
Nico perdona el 1-0
Nico estaba empeñado en ser el hombre de la noche, así que en el minuto 10 disfrutó de una ocasión que a buen seguro se cantó en los hogares españoles como si fuera gol. Y no lo fue. El centro de Morata llevaba música, pero Nico envió fuera un cabezazo que en nueve de cada diez ocasiones acaba dentro de la portería.
Italia aguardaba bien formada atrás a la espera de un balón perdido en el centro del campo; con Jorginho y Barella desactivados, cada acción de ataque quedaba abocada a que Scamacca recibiera el balón, lo aguantara y generara juego gracias a su enorme corpulencia. Sin embargo, el paso de los minutos no hizo sino acrecentar el dominio de La Roja, que se fue al descanso con 0-0 por esas cosas del fútbol. Cómo si no se entiende ese marcador tras nueve remates españoles por uno italiano, un 61%-39% de posesión a favor o cuatro paradas de Donnarumma por ninguna de Unai.
El mejor reflejo de ese monólogo español es que Spalletti hizo dos cambios de inicio en la reanudación: Cristante por Jorginho y Cambiaso por Frattesi. Más intensidad de efecto inmediato, incluso mal entendida pues Cristante vio la amarilla en su primera acción por una fea entrada que dejó renqueante a Rodrigo. Afortunadamente, el del City se mantuvo en pie y volvió a servir de llave para los ataques de La Roja, que siguió perdonando (Pedri en el 52′) hasta que el fútbol, tan suyo para algunas cosas, quiso que el 1-0 llegara en propia puerta, después de que Calafiori llevara a la red un pase de Nico que no llegó a rematar Morata. ¿Y a partir de entonces?
Pues a Italia no le quedaba otra que subir líneas y cambiar de partitura. Lo hizo, pero con timidez, pues quedaba aún media hora por delante y Spalletti no estaba dispuesto a que el buen juego de España desnudara a la Azzurra. La Roja, eso sí, no bajó de marcha, con Morata probando desde lejos (58′) y Lamine regalando una rosca (60′) que en él ya es copyrighty en la que el balón se marchó rozando la escuadra defendida por Donnarumma. Poco más tarde fue Nico el que le emuló con un latigazo en el que el balón, esta vez sí, se estrelló en la escuadra italiana.
De la Fuente dio descanso a ambos, Nico y Lamine, una especie de Zipi y Zape, era lógico, habían jugado como los ángeles y habían luchado por cada balón como si fuera el último. Con Oyarzabal y Ayoze como combustible extra, España negoció esos últimos minutos con el bloque cerrado atrás. Había que resistir. Y se logró. Era la pelea final para un partido en el que La Roja firmó una obra maestra.
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