El Madrid vuelve a hacerlo: remonta ante el Bayern con dos goles de Joselu en los minutos 88 y 90 y lleva al Madrid a Wembley. Davies había adelantado a los alemanes. Polémica final por un error de protocolo arbitral.
Hace una década que se extinguieron las bestias de cualquier color en el reino del Madrid. Las de reciente aparición (PSG, City, Chelsea) y las de toda la vida, representadas en el Bayern, cuya nobleza es de cuna y no de fortuna. A cada equipo que le echó de la Champions, su casa, en estos años de gloria se lo hizo pagar casi de inmediato si se lo cruzó de nuevo. Y con casi todos empleó una extrema crueldad. Al Bayern, que es de su especie, le hizo creer que esta vez no pasaría hasta el minuto 88. Y entonces, con un suplente de oro, Joselu, le explicó que lo suyo es sobrenatural. Así tortura el Madrid. La Decimoquinta asoma ya en el horizonte. Lo anunció Alaba levantando una silla a la que, espera, le salgan orejas el 1 de junio.
En Madrid compareció un Bayern mejor en los dos lados del campo. Kim purgó sus pecados en el banquillo en beneficio de De Ligt y Gnabry completó, con Musiala y Sané, probablemente la línea creativa más temible del fútbol europeo. La plantilla del Bayern no es lo que dice la clasificación de la Bundesliga. Sin embargo, su primera puesta en escena fue notablemente menos expansiva que en Múnich. Como el Madrid, y en terminología de Ancelotti, tiene muchas identidades. La primera que mostró fue conservadora, más expectante que presionante. Sin embargo, en fútbol nada está bajo control aunque lo parezca. En pleno tanteo, Madrid y Bayern se intercambiaron ocasiones. A Rodrygo le faltaron dos números de pie para cazar un centro raso de Carvajal. A Gnabry, aún en mejor posición, se le cruzaron las ideas y el disparo.
La obsesión por no equivocarse también pudo leerse en el once preventivo del Madrid. En ese siempre estará Tchouameni como centrocampista porque es el más contenido del grupo. Un medio pesimista, que diría Ancelotti si se le compara con Camavinga, que le abría hueco a un defensa pesimista, Nacho. La euforia de la Plaza de los Sagrados Corazones era prudencia en el vestuario adyacente.
Neuer y el palo
Con todo, el Madrid presionaba la salida del Bayern con mayor ambición de lo habitual. Eso metió en el partido a un público que en días así cuelga la exigencia y se pone la bufanda. Con Kroos como lanzadera fue encogiendo al once alemán, acortándole las posesiones, quitándole el balón, en definitiva, y amenazándole en el último tercio.
Antes del primer cuarto de hora tuvo el gol Vinicius. Soltó un remate cruzado ya muy dentro del área que devolvió el palo. El rechace le cayó a Rodrygo, pero el Neuer de los mejores días puso su mano derecha a un disparo poco preciso. La colocación es lo último que pierde un portero veterano. El Madrid sacaba partido, en aquella fase, de la posición fronteriza de Bellingham, incómodo para los dos mediocentros de Tuchel, fuera del alcance de los centrales. Ese es su sitio. Lo de goleador ha sido una impostura necesaria.
A la media hora de juego el Bayern perdió a Gnabry, que ha pasado un calvario esta temporada, y al partido llegó Davies, zurdo anfibio: mitad lateral, mitad extremo. Su llegada coincidió con una volea tremenda de Kane que Lunin sacó con las uñas. No hay nueve más clásico, casi antiguo, que el inglés. Él prueba que valen lo mismo los goles libres de tatuajes y celebraciones marcianas.
El Madrid mandaba, era superior, pero arriesgaba poco, consciente de que los alemanes nunca están dormidos, sino emboscados. Tenía los dos avisos previos clavados en el subconsciente. El Bayern siempre es el Bayern, aunque lo disimule. Esa es una de sus trampas.
Solo Vinicius rompía ese clima de prudencia extrema. Con él no va ese fútbol de mantenimiento. Probó una y otra vez por la izquierda, donde a menudo le esperó De Ligt, que para su desdicha no fue el Kim de la ida. Muy cerca del descanso soltó un centro que derivó en medio chut cruzado adivinado por Neuer.
El vendaval Joselu
La segunda mitad trajo dos novedades, luz y sombra. Vinicius comenzó a dejar de piedra a Kimmich, poco lateral para tanto extremo, y el Bayern tuvo más la pelota y le dio más aire. El resultado fue una ocasión por cabeza. Dier frustró la de Valverde, Carvajal la de Davies. Vencido a la izquierda, Vinicius era un vendaval al que se subió el Bernabéu. A otro centro suyo puso un remate cruzado Rodrygo que rondó el palo. El brasileño repitió después de golpe franco y encontró, de nuevo, la mano de hierro de Neuer. Y sin tiempo para reponerse, el meta hizo la parada de la noche a Vinicius, que bordeó el área hasta encontrar el boquete. El Bayern era víctima de ese terremoto que rompe cinturas o la barrera del sonido, según los casos, pero los alemanes son leyenda por su resistencia y su perseverancia.
Dominados, al borde del abismo, mandaron un balón a Davies, que entró en área, le sacó un metro a Rüdiger y metió un derechazo imparable para Lunin. Su pierna mala resultó magnífica. Un tanto con guasa.
El Madrid respondió de inmediato, pero Marciniak anuló el autogol del propio de Davies por falta previa de Nacho a Kimmich. Existió. Tuchel metió entonces un tercer central para doblar la guardia sobre Vinicius. El brasileño tuvo la penúltima; no acertó con el bote pronto. Pero al Madrid le quedaba la última. Siempre le queda. Se la regaló Neuer, de héroe a maldito en un segundo: rechazó un balón en tiro inocente del propio Vinicius y ahí estaba Joselu para hacérselo pagar. Y dos minutos después, con el Madrid en trance, Rüdiger cazó un centro en el segundo palo, lo mandó al área pequeña y repitió Joselu. Lo anuló el línea y lo validó el VAR. Tuchel ya había retirado para entonces a los mejores (Sané, Musiala, Kane). Conoce poco este estadio, conoce poco al Madrid. Aún quedó suspense. De Ligt anotó el empate un segundo después de que sonara el silbato de Marciniak por un fuera de juego previo discutible señalado por el línea. Línea y colegiado se saltaron el protocolo. Ardieron los alemanes, víctimas desde antes de otro suceso paranormal. En este estadio pasan cosas, dice a menudo Butragueño para no explicar lo inexplicable. Lo increíble es que pasan siempre.
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