La leyenda en activo se resiste a entregar su corona y muestra un nivel extraordinario en su 21ª temporada. Los Lakers se encomiendan al Rey.
El tiempo no pasa para LeBron James. O sí, pero lo disimula muy bien. El Rey se empeña en hacer eterno su mandato y no para de batir récords y marcas, sin prisa pero sin pausa, sin descanso. Antes escribía su legado de la mano de la lógica, jugando siempre como mejor sabe hacerlo. Ahora parece que lo hace con prisa, como si en cualquier momento pudiera llegar el final. Pero con una sabiduría encomiable, una forma de entender el juego y respetar su tiempo de forma simultánea que siempre tienen los más grandes. Quiere otra oportunidad y se resiste a que las finales de Conferencia del curso pasado fueran el tope de un ocaso que nunca llega. Tiene el talento, la calidad, la clase y la intención de seguir haciendo historia. Y un cuerpo prodigioso, inédito hasta la fecha, que le puede permitir intentar un nuevo asalto al título. Lleva cuatro y 10 Finales, números de otra época. No se conforma. Quiere más. Y lo buscará hasta que no pueda más.
LeBron está en su 21ª temporada en la NBA, acumula 1434 partidos de regular season y 282 de playoffs. En los 13 que ha disputado este curso promedia 26,4 puntos, 8,2 rebotes y 6,5 asistencias en 34,4 minutos de juego, por encima de los 28-30 que Darvin Ham tenía planeado darle en el inicio. Se mueve en los mismos números que en el resto de su carrera (27,2+7,5+7,3), muestra un gran nivel defensivo, se zafa de sus rivales y no rehúye un combate. Está, además, en un 58,6% en tiros de campo, el tope de su carrera, al que suma un 39,7% en triples (su segunda mejor cifra tras la 2012-13, en su segundo anillo con los Heat) y su TS% (la eficiencia combinada de tiros de 2, de 3 y tiros libres) es de 67,1, también su mejor dato de siempre. La inteligencia de LeBron, siempre comprobada, se ha multiplicado: penetra cuando hay que hacerlo, aprovecha los espacios en lugar de cebarse en el lanzamiento, anota bajo presión y selecciona muy bien los tiros y los triples. La prueba está en que lanza menos que en cualquiera de sus temporada con los Lakers (5,6) y anota 2,2, una cifra que se sitúa por encima de su media general (1,6).
Más. Su promedio de puntos por partido, de 26,4, es el mayor que cualquiera ha tenido en su 21ª temporada, pero también es superior al que consiguieron de forma combinada todos los jugadores que llegaron a esa cifra: Dirk Nowitzki, Vince Carter, Kevin Willis, Robert Parish y Kevin Garnett acumularon 21,4. Son 5 tantos de diferencia contra cinco baloncestistas, un dato espectacular que demuestra que su físico, siempre cuidado al milímetro, está mejor que nunca. Y, sobre todo, que esos problemas en el pie que arrastró en la parte final del curso pasado, incluidos los playoffs, han desaparecido. LeBron juega cómodo, se gusta, pasa tiempo con y sin el balón, hace gala de una visión de juego solo comparable a la que tuvieron en su momento Magic Johnson o Larry Bird y ejerce un poderío nunca visto en una pista de baloncesto.
Y más. Ante los Blazers, LeBron sumó 35 puntos, 5 rebotes y 9 asistencias con un 5 de 9 en triples, consiguiendo su 20º partido desde que cumplió 35 años con más de 30 tantos y más de 5 triples, siendo el primero de esta lista tras Stephen Curry, que lleva 10 y puede superarle si mantiene su nivel, dado que cumplió dicha edad el pasado mes de marzo. Y, ante los Rockets, se fue a 37+6+8 con un 14 de 19 en tiros de campo, logrando su actuación número 115 con más de 35 tantos en menos de 25 tiros de campo, también líder en dicha clasificación. Récords que seguirá batiendo debido a una longevidad inexplicable, que él justifica de una forma muy sencilla: “Entiendo que cada temporada es un maratón… duermo bien cuando no estoy jugando al Madden o bebiendo una botella de vino. De hecho, bebo vino y juego al Madden al mismo tiempo”.
La narrativa en torno a la figura de LeBron siempre ha sido apasionante. Denostado por la opinión pública cuando abandonó los Cavaliers por primera vez, en un anuncio en la ESPN que significó también una pésima gestión de imagen del periodista Jim Gray y el propio entorno de la estrella, el Rey ha cimentado su reinado hablando en pista: logró dos anillos, regresó a Ohio para conquistar el tercero, eternamente prometido, y abandonó el mercado más pequeño para aterrizar en el más grande y apuntarse uno más, el de 2020, otro lleno de dificultades en el contexto de la burbuja. Por el camino, ocho Finales consecutivas de las ya mencionadas 10 que ha alcanzado en total, una más de las logradas por Magic e igualando las que consiguió Kareem Abdul-Jabbar, al que superó en la tabla histórica de anotadores el curso pasado, otro récord que parecía imposible y que se ha llevado con todo merecimiento.
Quedarse en que ha perdido seis de esas 10 Finales es un argumento que queda corto incluso para sus detractores y en el que se hace gala de un ventajismo infame si tenemos en cuenta que en dicha ronda, la última de los playoffs, se cruzó con la histórica dinastía de los Warriors en cuatro ocasiones y en otras tres con los Spurs y su quintaesencia en 2014. Su pobre actuación en 2011 ante los Mavericks queda en el recuerdo, una daga que todo baloncestista tiene. Al fin y al cabo, para ganar también hay que perder, e incluso las más grandes leyendas del deporte tienen derrotas en su currículum. Son las contradicciones las que dejan alimentan a los grandes nombres y es innegable que LeBron sigue luchando a su edad por un sitio en lo más alto del Olimpo que puede tener ya, pero que si no tiene lo pelea todavía, con casi 39 años, con Michael Jordan y Kareem.
En esa siempre corta estirpe de titanes del deporte, LeBron tiene un sitio muy especial. La NBA se encuentra viendo, en teoría, los últimos coletazos de una leyenda en activo, un hombre que a su edad sigue siendo el líder de su equipo, que se encomienda a él y a que no tenga lesiones (la ingle y el pie le han molestado mucho en los últimos años) para intentar el asalto al título. James es inteligente, no se va a cebar en la regular season y va a seguir produciendo porque es inevitable que haga lo contrario. La barrera de los 40.000 puntos, si la salud le respeta, caerá también esta temporada. Eso y un sinfín de récords más. Eso sí, lo que LeBron busca es un nuevo anillo, un deseo que responde a la ambición desmedida de una figura legendaria. El Rey quiere ser imperecedero. Ocupar de por vida su sitio en el trono. Un reinado eterno. El del LeBron.