Con una exhibición final de baloncesto de equipo coronada por una actuación colosal de Juancho Hernangómez. Su hermano Willy, MVP.
El cuento de hadas de Tbilisi y Berlín tenía final feliz. España es campeona de Europa por cuarta vez en su historia en uno de los viajes más maravillosos de la historia del deporte de este país. Su victoria incontestable ante Francia (88-76) redondeó un viaje maravilloso que empezó el 30 de agosto rumbo a lo desconocido en Georgia y que termina con un triunfo indiscutible, ni siquiera sufrido de ley. Mientras a los rivales se les agotaba la batería, a la Selección no le hizo falta ni cargador. Hambrientos de baloncesto, este grupo de gente joven, sana y humilde hasta el extremo se ha convertido en la Selección del pueblo. Un equipo que acogió a Lorenzo Brown, la guinda de este grupo humano, como uno más en la familia. El rey de la pocha alimentó a Willy Hernangómez, que se va del torneo con el MVP y convertido en una estrella, y todos los sueños de la gente que está alrededor de este deporte y siente este título como suyo porque ven a un pelirrojo malagueño con sangre de Los Guindos cercano a la gente que muere por sus compañeros y por cada balón. El guion le reservaba un papel final de estrella invitada a Juancho Hernangómez, 27 puntos, para un desenlace hollywoodiense. Y así, Rudy Fernández, 37 años, que la noche anterior cenaba tan tranquilo con su mujer y sus dos hijos en la Tra di Noi, un restaurante pegado al hotel donde los jugadores de la Selección soñaban, levantó como en el Wukesong la copa de campeón. Una gesta memorable que eleva los valores de equipo por encima de todas las estrellas que empezaron el Eurobasket y que han claudicado ante el que, en definitiva, ha sido de largo el mejor equipo del campeonato y lo ha ganado tumbando a tres demonios del grupo de la muerte: Lituania, Alemania y, finalmente, Francia.
Pero vayamos a la final. Al primer tiempo de España, perfecto de plan y de ejecución, sólo le sobraron dos minutos y medio. Fue entonces cuando, con 47-26 más tiro adicional fallado por Willy, Francia castigó a la Selección con un parcial de 0-11 que mandó el partido al descanso 47-37 y con una sensación agridulce porque por un momento, y aunque faltaba tanto, la final pareció estar en el bolsillo antes de tiempo. Y, lógicamente, no iba a ser tan fácil. España llenó de trampas su zona en el inicio de partido y Francia cayó en ellas. La pizarra de Scariolo recuperó casi todos los balones que pasaban por el poste alto. Jaime Fernández estuvo activísimo en defensa y Willy miró a los ojos a Gobert con ocho puntos en el primer cuarto.
Fue entonces cuando apareció Juancho, que en una serie de película anotó seis triples de siete intentos en medio del asombro general. El alero, que empezó la preparación metido en un agujero negro, ha experimentado una transformación sensacional durante el torneo. Primero, su rol pasó de tres a cuatro. Luego, de titular a suplente. Y, al fin, Juancho logró activar el interruptor. El bote desparramó todo el kétchup el día más importante. Un triple de Juancho detrás de otro, una defensa detrás de otra, España se escapó hasta el señalado 47-26. Tal vez fruto de la euforia, perdió la concentración atrás. Y cuando un equipo se va en defensa, también se va en ataque. Francia, selección que ha demostrado siete vidas en el torneo con sus milagros contra Turquía e Italia, se agarró al partido gracias a Fournier, que se presentó en la final y terminó la primera parte con un mate que gritó con rabia. Pedía guerra para la segunda parte.
Collet, técnico discutido pero experto, no especuló. Empezó el tercer cuarto con su quinteto de gala. Generadores de juego como Heurtel y Fournier, un especialista como Tarpey para asfixiar a Brown; y Yabusele y Gobert por dentro. A España se le hizo de noche en ataque y Francia olisqueó sangre. Heurtel y Yabusele empezaron a producir. Con 6:52 por jugar en el tercer cuarto, y con España a punto de agotar su crédito (49-46), Scariolo pidió tiempo muerto y la Selección volvió al partido con un parcial de 9-0 lanzado por un gran Jaime (58-46). Era un impulso necesario. España se fue a los últimos diez minutos del torneo con nueve puntos de oro de renta: 66-57.
Llegó el momento de la verdad. El plan de España, bajar la anotación media de Francia, estaba funcionando. Faltaba el golpe de gracia. Pero antes, la polémica. Con 68-60, un triple de Rudy tocó aro y Garuba cazó el rebote. Los árbitros, equivocadamente, señalaron el final de la posesión y a Scariolo, que vio la jugada como todo el mundo en el videomarcador, le cayó una técnica con la intención implícita de que los árbitros retuvieran la jugada en la cabeza. A España le costaba anotar pero a Francia también. El choque estaba cerradísimo. Fournier estaba en el partido, pero la Selección era un torrente de fe. Alberto Díaz, qué locura de torneo, se lanzaba a por cada balón como si le fuera la vida en ello. Y Lorenzo… el base, que para el tiempo y toca el violín de la Selección, anotó un par de bandejas angelicales. A 2:06, España ganaba 82-70. El final de película lo redondeó Alberto Díaz con un triple desde la esquina. Clavado en el corazón de Francia. Ni en las películas se vio un final de viaje así. Ha sido memorable.