El Leverkusen revuelca al Atlético

El plan de Simeone, que no ocurriera nada hasta Griezmann, no le salió. El Leverkusen tuvo la intención en la primera parte y los goles en la segunda. Andrich y Diaby, en tres minutos.

La senda de los alemanes le dejó al Cholo el traje negro lleno de polvo. Ese dale, dale, que alguna cae que el Cholo se repite como un mantra cada vez que escucha la Champions convertido en revolcón. La crisis del Leverkusen trasvasada a su maleta en el regreso a Madrid. Llena de piedras y salpicaduras de sangre. Golpazo en la Champions, en un BayArena que este año conocía más barro que sol. Pero llegó el Cholo y le susurró al oído a Seoane: “Levántate y anda”. Y lo hizo. Se levantó. Para dejar en el camino hecho trizas el traje y el plan argentino.

El Atleti saltó ya sin red. Esos guantes de Oblak que siempre son cueva y paraguas. Grbic otra vez ahí, al final de una defensa entre parches y que de inicio sonaba a temeridad: Witsel, central derecho, Reinildo, carrilero y Felipe, debut en la temporada y el verano, ni un minuto desde mayo, de libero. Puerta grande o enfermería. Tocó lo segundo, claro. Cornada con doble trayectoria y de las que duelen.

La guadaña sobre la cabeza de Seoane se tradujo en un Leverkusen con hambre e intención desde el inicio. Andrich y Diaby espoleados en el área, Dermibay sirviendo centros laterales para encontrarle cosquillas a un Atleti que jugaba a no jugar. A que no pasara nada. Felipe y Hermoso llevaban los trajes del Felipe y Hermoso que la temporada pasada no se atisbaron. Fuertes, contundentes y expeditivos. En su área, despejando. En la contraria, cabeceando cada balón parado. Pero ellos bien (y que por cierto, falla quien juega, peor es lo otro, los que no pueden fallar porque no están, 89 partidos ya, 72), por delante regular tirando a mal. Poco fútbol y mucha siderurgia alemana en los tobillos de João. Sólo así podía, sabía, le salía, al Leverkusen detener sus arrancadas para tratar de ponerle de color a un partido que para el Cholo se jugaba en blanco y negro. Tan plano. Frenado, contenido. Con sus carrileros sin pasar de la línea del centro, como si ésta estuviera cerrada con concertinas. Y con un árbitro que pareció recién aterrizado de Donostia. En el aire igual sensación: que, primero, lo de las manos ya no hay quién las entienda y, segundo, que al Cholo siempre le caen al suelo del lado de la mermelada. Así ocurrió también en Alemania. Nahuel alcanzó por primera vez la línea de fondo para servirle un centro a Hermoso en el segundo palo. Por el camino, Tapsoba. La mano de Tapsoba. Una mano despegada claramente del cuerpo. Una mano que el señor colegiado no vio y que desde el VAR no consideraron. Y eso que encima sólo le faltaba una lupa.

El descanso llegó con el Leverkusen finalizando por primera vez una ocasión, que Grbic no era un holograma, que existía de verdad. Cuando el partido regresó Saúl no estaba y en su lugar lo hacía De Paul. El Leverkusen lo recibió quitándole el papel de regalo a la única felipada de la noche: entregaba a los alemanes un balón en su campo que Schick pateó al larguero. Dale. Primer aviso. El rebote de Hlozek acabó en el posteDale, dale. Segundo. El doble palo fue en realidad una catarsis para los de Seoane. Los alemanes se arrancaron del todo los miedos. Podían llegar y asustar. Podían llegar y marcar. Simeone se dio la vuelta en el banco buscando a Griezmann, aunque aún quedaran 14 minutos para el 62′. Cuando éste llegó, el argentino cometió su primer gran error: quitar a Reinildo. Y sin Reinildo y Oblak, el Atleti es un muñeco de trapo al antojo rival. La entrada de Grizi y Carrasco agitó un poco pero con un solo un pellizco: una rosca de Paul que buscaba la escuadra y que Hradecky sacó con la uña.

Mientras, despojados los alemanes del miedo, pisoteaban la hierba de Grbic masticando tornillos. Cada vez más alto, cada vez más cerca. Evitó una vez Felipe (ante Shick) y evitaba la fortuna (ante Kossonou) cuando Simeone cometía su segundo gran error: quitar a João, su única linterna, con Morata. Como si no se terminarse de creer que los alemanes fueran a morder de verdad. Pero entonces ahí Seoane le tiraba un cromo a la cara: Frimpong, de piernas fresquísimas. Para cederle, primero, un balón a Andrich que le cruzó la cara al Cholo. Para regalarle, tres minutos solo después, el 2-0 a Dibay con una galopada que fue como una cuchillada rápida. El dale, dale convertido en un epitafio alemán. Para llenarle de piedras la Champions. Y de cicatrices la cabeza.

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