“Estuve 85 días clavados adentro de mi departamento, sin salir. Y un día, ante la desesperación por entrenar, me apropié del pasillo de mi piso. Y de la escalera. Dejaba la puerta abierta y ahí le daba: subía y bajaba, corriendo, saltaba y hasta hacía ejercicios con pelota. Imaginate los vecinos…”. Ana Gallay cuenta la anécdota y sonríe. Asegura que hasta esta cuarentena, casi no conocía a los otros residentes del edificio, porque vivía viajando o entrenando. Pero, por la pandemia, los conoció y se hizo amiga. “Ponele”, remata, con humor, mientras completa la historia. “Un día sube una mujer de planta baja y me pide carbón. Le pregunté para qué y me contó que le estaban pasando cosas paranormales. No sé si sería verdad o no, yo creo que lo hizo en represalias a mis ruidos (se ríe). Por lo pronto estuve algunos días sin dormir bien del miedito que me agarró”, detalla la mejor jugadora de beach vóley del país, quien luego se terminó mudando a una casa y completó su preparación. “A mis 34 años, cuando me queda poco hilo en el carretel, es duro perder un año así. Y más cuando, con Fer (Pereyra, su compañero de dupla) arrancamos de cero en 2018 y este debía ser nuestro año para medirnos con las mejores. Encima, cuando volví a entrenar, tuve una lesión en el hombro de la que recién estoy volviendo. Pero hay que aceptarlo y seguir, no queda otra”, explica la entrerriana, quien no sólo tiene objetivos deportivos sino también es una activa mujer solidaria en la costa.
Gallay es una guerrera. No es casualidad que así se llamara la dupla que formó con Georgina Klug –reemplazante de Virginia Zonta, con quien llevó a los Juegos Olímpicos 2012- y le permtió ganar el oro panamericano en 2015, repetir su presencia olímpica en 2016 y destacarse en el circuito mundial. Ana sabe lo que es la lucha, el esforzarse por cumplir sueños y objetivos. Se crió entre una casa en el campo y otra en la ciudad de Nogoyá, sin faltarle nada pero tampoco sin sobrarle. Cuando descubrió el vóley, durante cuatro años se entrenó sola durante la semana en su pueblo y cada finde viajaba a Aldea Brasilera, a 120 kilómetros, para poder competir con un club de aquella ciudad. Para bancar gastos hasta vendía publicidad en sus remeras… Para estudiar la carrera de Educación Física se mudó a Gualeguay y, cuando se recibió, tomó dos trabajos, uno en el medio del campo, en Crucecita Octava. Ana recorría los 70 kilómetros arriba de una moto, por caminos de tierra y con temperaturas heladas desde las 6.30. Por eso hoy, cuando le toca pelearla otra vez, no se amilana y ya se prepara para el 2021. “Para enero ya voy a estar perfecta de la lesión y en febrero comenzará la competencia. Estuvimos mucho paradas, sobre todo a diferencia de otras duplas importantes de la región y el mundo, pero la vamos a pelear”, dice quien fue medalla de plata en los Panamericanos de Lima en 2019.
El objetivo principal, claro, es la cita olímpica en Tokio. “El torneo clasificatorio será en junio, en San Juan, y estamos bien ubicadas porque clasifican dos de Sudamérica. También buscaremos competir en el circuito mundial, buscando pasar las qualy y entrar al cuadro principal”, informa. Pero, claro, Gallay, como buena luchadora, va a más y su lado B, el social, está tan activo como el deportivo. Hace días visitó el nuevo proyecto que encabeza con Huella Saint Gobain, el programa solidario que ya cumplió 10 años con buena parte de los más prestigiosos deportistas olímpicos del país. Se trata de los baños con ecoladrillos que se construirán en la Fundación Arco Iris, organización sin fines de lucro que nació hace 28 años en Villa Gesell y, además de ser un Centro de Día, lleva adelante programas de integración para personas con capacidades diferentes y ahora busca ampliarse para recibir a más chicos que lo necesitan.
“Estoy muy contenta porque me parece un hermoso proyecto. En todo sentido. Primero porque se buscará mejorar la vida de los chicos que tienen una chance de sentirse útiles, importantes, haciendo un trabajo sustentable. Tenés que verlos rellenando botellas de plástico, que después se convierten en paredes con los materiales especiales que aporta Saint Gobain. Es una técnica muy interesante y la desarrollan muy bien. Además, también hacen bolsas de residuos, tienen huertas y trabajan conjuntamente a profesionales”, explica Gallay, quien siente algo especial cuando ayuda, tal vez por su historia de sacrificios. “Sí, me pasó con el proyecto anterior, un comedor en Mar del Plata, con gente muy carenciada, en situación de calle, y ahora, si bien éste es distinto, es también muy importante. Porque el ecoladrillo, además, es una gran iniciativa. Que en los barrios más necesitados conozcan esta técnica puede sumar un montón. ¿Quién no tiene botellas plásticas en su casa? Puede ser una opción interesante a futuro”, explica Ana. Mientras se entrena. Ya no en el pasillo ni la escalera. Con la misma pasión e ilusión que pone a todo lo que hace.