Una procesión interminable para un momento que casi nadie acaba de digerir. Una multitud despide a Diego Maradona en Casa Rosada. Lo hace a paso lento, con incredulidad.
“Gracias, Diego”, “Vamos, Diego”, “Te amo, Diego”. Las palabras retumban en el salón de la Casa de Gobierno y quiebran un silencio impiadoso.
El ataúd donde descansa el futbolista más grande de todos los tiempos no sólo se adorna con la bandera argentina, y con dos camisetas, una del seleccionado y otra de Boca.
A su lado caen ofrendas materiales, testimonios de un amor tangible. Nadie puede creerlo. Todos pasan en esa caminata ínfima frente a los restos del capitán argentino y manifiestan su dolor, como antes lo hicieron sus familiares y allegados en una ceremonia íntima.
Después de una espera que para muchos fue de largas horas, el pueblo al que tantas veces alegró tuvo sus merecidos segundos para manifestar sus sentimientos.
Gratitud, amor y tristeza, sin distinción de edad ni de camiseta, fueron los intangibles que más se percibieron en esos metros, donde a muchos se les fue un pedazo de su vida.
Bajo estrictos protocolos de distanciamiento social por la pandemia y controles de seguridad, los fanáticos podrán despedir a si D10s hasta las 16. Pero el dolor permanecerá por siempre.